jueves, 16 de diciembre de 2010

A eso digo: ¡NO! (XII): Horror navideño

No tengo nada en contra de la Navidad, no soy de esos que van por ahí diciendo cuánto la odian pero tampoco de los que en estas fechas se infunden de un impostado espíritu navideño. Me gustan las cenas típicas con toda la familia, hartarme de comer y dar y recibir algún regalito. Pero sí hay algo que odio profundamente: los villancicos.

Por alguna extraña razón los villancicos patrios parecen haberse quedado anclados en la posguerra (probablemente antes) y año tras año debemos sufrir incesantemente las mismas canciones, que si los peces en el río, que si el rompopopom, que si campana sobre campana, letras infantilodes, surrealistas, con toques castizos y calés y melodias que no desentonarían en el repertorio de Impero Argentina, caspa y más caspa supongo que para asemejarse a la esquiva nieve.

¿Por qué este estancamiento? ¿Es que nunca se va a, no digo innovar, pero al menos evolucionar un poco?

En esto sí que envidio a los Estadounidenses, temas folk, pop, country, rock; intérpretes como Sinatra, Elvis e incluso divas pop como Cher dan sus propias versiones de temas míticos o crean nuevas canciones que se suman a una larga lista de canciones navideñas que no parecen tener fin. Aquí nos damos un canto en los dientes si Raphael hace su Tamborilero sobrio o Rosana nos martiriza con una canción navideña.

¿Ejemplos? Primero el que quizá sea el mejor villancico jamás realizado para aquellos que sí odian la Navidad, ojito a la letra:



O el mítico Christmas (Baby Please Come Home) de Darlene Love en su reinterpretación más disco-pop por toda una diva en esto acompañada por la actriz-presentadora Rosie O'Donnell:

Y, por supuesto, no podemos olvidar este temazo que más de cincuenta años después sigue sonando actual:

jueves, 11 de noviembre de 2010

Invencible


No soy una persona violenta, demasiado reflexivo y un tanto apocado raramente muestro mis emociones en público y mucho menos doy muestras de ira de forma visible y ostentosa.

Así sólo he tenido un par de lo que se podrían llamar enfrentamientos físicos, excluyendo, por supuesto, los típicos entre hermanos. El segundo puedo presumir que fue por defender el honor de una dama y no pasó de unos forcejeos intentando propinar algún golpe y que di por concluido cuando decidí que sin las gafas, que previamente me había quitado, no veía tres en un burro y que eso no eran formas.

La primera pelea también fue por un motivo noble, un día mi hermano pequeño que por aquel entonces tendría unos cinco años subió a casa llorando porque “unos chicos mayores le habían pegado”, decido bajé a la calle pensando que me enfrentaría a unos muchachotes que me doblarían en edad y tamaño pero resultó que eran aproximadamente de mi edad y estatura por lo que me decidí a pedir explicaciones al que parecía el líder del grupito. Este no parecía especialmente propenso a pedir disculpas cosa que deduje por el modo en que cerraba el puño y lo blandía hacia mi cara y cuando el golpe fatal era inminente simplemente... me aparté.

El puño golpeó el aire donde antes estaba mi cabeza, aquel chico estaba anonadado y visiblemente furioso y parecía decidido a darme una buena tunda, volvió a lanzarme el puño y de nuevo lo esquivé retrocediendo, el pequeño granuja estaba cada vez más furioso y lanzaba golpes a diestro y siniestro que yo a mi vez esquivaba una y otra vez. Su cara se iba poniendo cada vez más roja, tal vez por la ira o quizá por la vergüenza ya que sus compañeros de camarilla empezaban a verle la gracia al asunto. Finalmente descargó contra mi cara lo que, de haber alcanzado su meta hubiera sido probablemente un golpe mortal pero nuevamente esquivé su puño que fue a dar contra la pared hasta la que había retrocedido. Allí acabó todo, mientras se agarraba su ensangrentada mano decidí que pies para que os quiero y que allí no se me había perdido nada y en dos zancadas corrí hasta mi casa.

Todavía no entiendo cómo conseguí salir ileso de aquella situación pero aquel día me sentí como los personajes de los tebeos que leía.

Viñetas recomendadas: 100 balas de Brian Azzarello y Eduardo Risso

Mi vida se había ido por el retrete, sin trabajo, sin dinero, con los de la condicional encima mío, una ex que me quería lo más lejos posible de mi chaval y encima este careto lleno de cicatrices que no miraría dos veces ni una ramera yonqui.

Pero ahí estaba ese viejo trajeado con el maletín negro, tenía pinta de exmilitar y una mirada que enfriaría el culo de Satanás. Abrió el maletín y pude ver su contenido, una pistola y cien balas junto a un sobre.

-En ese sobre están las pruebas de que todo lo que te ha pasado el último año no ha sido cosa del azar, hay un responsable y en esa maleta están los medios para que pague -dijo el “Agente” Graves acercándome el maletín-. Esa pistola y las cien balas son irrastreables, la policía no sabrá quién disparó ni qué arma fue, las pruebas se volatilizarán o se perderán en una maraña de burocracia, nadie te culpará, nadie te perseguirá. Tuya es la decisión de vengarte del que te ha arruinado la vida o seguir adelante lamentándote el resto de tu vida por no haber tenido huevos para hacerlo.

Miré su pétreo rostro con arrugas cinceladas, cogí la maleta y me marché.

Estuve días dándole vueltas al asunto, cogía la pistola, la cargaba y luego la volvía a descargar. Tenía un objetivo pero no estaba seguro de poder alcanzarlo.

El dibujo es muy expresivo, dinámico y con profundos contrastes de negro

Y entonces llegó el otro tipo, se presentó en mi puerta como si me conociera de toda la vida. El señor Shepperd también tenía ese aire marcial pero se le veía quemado, además me dio la impresión de que era de la acera de enfrente; me soltó no se que historias sobre una guerra de los tiempos de maricastaña cuando los primeros colonos llegaron a este gran país, un rollo sobre milicianos, un grupo llamado El Trust y unos soldados llamados Minutemen, cómo habían moldeado la historia de este país, alzado reyes y derrocado gobiernos, mencionó un par de veces la palabra magnicidio. Me dio la impresión que no se llevaba muy bien con el otro viejo. Pero todo lo que dijo no me importaba una mierda, sólo me preocupaba el frío peso que tenía en mi bolsillo.

Luego las cosas empezaron a ponerse raras de verdad, tenía una idea dando vueltas por esta cabezota mía, recordaba algo pero no sabía qué. Registré cajones y muebles y rebuscando entre las cosas de mi chico apareció una pila de tebeos, esa basura que solía leer a escondidas, uno de ellos me llamó la atención, se titulaba 100 Balas y lo escribía un tal Brian Azzarello, basura blanca de Cleveland, los dibujos era de un argentino llamado Eduardo Risso. Los dibujos estaban bien, con mucha sombra y los tipos le salían muy expresivos y bien caracterizados, no se mucho de dibujo pero este tío sabía lo que se hacía, además las nenas las hacía cañón de verdad. En la portada ponía que lo editaba el sello Vértigo pero se veía que la editorial era DC, la misma que publicaba esa porquería de tíos en mallas como Superman y Batman. Supongo que era para distinguir al público porque ponía un cartelito de “Recomendado para lectores maduros”.



Cae el telón tras 100 números

El título me intrigaba así que leí un poco y un sudor frío me recorrió la espalda, allí estaba el “Agente” Graves y el Sr. Shepperd, también estaba Dizzy Cordoba, la tía buenorra del barrio que acabó en la cárcel y a la que le mataron a la familia. Estaba el inútil de Lee Dolan al que se la liaron bien con el asunto aquel de los niños.

Y estaba el maletín con las cien balas.

Devoré número tras números, la historia se iba complicando cada vez más, al principio parecía que iba de gente a la que le daban el maletín, pero todo se enmarañaba con todo eso de El Trust y los Minutemen, cada vez aparecía más gente, como MiloGarret, el detective de la cara vendada o esa bestia de Lono, muchos de los milicianos eran reactivados para una guerra de clanes.

Era absorbente, complicado pero muy bien escrito, con esas frases cortantes que usan los capos del barrio y una ambientación urbana muy real, se notaba que el escritor conocía las calles y lo que se movía por allí. Se podía oler el humo y el sudor de los bares y casi se oía la música, blues y jazz no esa mierda hip-hop y Hanna Montana que oyen los chavales hoy en día.

Llegué al final, 100 números, como las 100 balas del título. Casi había olvidado que eso que leía estaba calcado de mi propia vida pero me daba igual. Ese tebeo me había enseñado si merece la pena matar por venganza y qué nos impide hacerlo y lo que ocurre cuando no hay consecuencias. Que existen poderes en la sombra que lo manejan todo y que no somos más que peones en el ajedrez de la vida.

Salí de casa decidido, el hierro de mi bolsillo ya no me pesaba tanto y su tacto era ahora cálido. Entré en la guarida de aquel que había destrozado mi vida, estaba de espaldas a la puerta y no se inmutó cuando apunté el cañón a su nuca, si todas esas historias eran ciertas podría acabar con él y salir impune.

Entonces noté algo moverse a mi espalda. Cuando escuché el disparo tras de mi supe que aquel tipo se equivocaba, sí que hay consecuencias. Vaya si las había.

domingo, 25 de julio de 2010

Viñetas recomendadas: Cerebus, de Dave Sim y Gehrard


Estamos sin duda ante el acontecimiento editorial del año. Por fin, después de más de 26 años desde que Dave Sim (1956, Ontario, Canadá) comenzara a autoeditar esta obra una editorial española consigue publicar este cómic traducido al castellano, algo a lo que el autor se había negado sistemáticamente alegando que cualquier traducción traicionaría su trabajo.

Y es que es imposible separar a
Cerebus de Dave Sim, autor y personaje se confunden a lo largo de los ¡trescientos! números que componen esta monumental serie. En las 6000 páginas de este cómic Sim desarrolla y da vida (y muerte) a un personaje que es fiel reflejo de todas sus ideas, filias y fobias, un personaje que sufre cambios y evoluciona a medida que el autor lo hace en la misma medida.

Sim autoedita la obra alejado de cualquier gran editorial, dibuja, escribe, se encarga de la impresión y de la distribución intentando en todo momento desmarcarse de la fama
underground de la autoedición y pretendiendo competir con las grandes editoriales. Y cumple su meta en todo momento incluso cuando grandes editoriales como DC Comics le tiran los tejos. Una labor única y titánica que no tiene igual en el medio. Además, firme defensor de los derechos de autor, compagina la edición de Cerebus con charlas, conferencias y labores de autopromoción por todos los Estados Unidos ayudando en gran medida a que autores como Jeff Smith y su Bone o los Elfquest del matrimonio Pini nacieran dentro de esa corriente de autoedición. Por otro lado los cantos de sirena de su éxito llevarían a la ruina a otros muchos autores.

No sé porqué me han entrado ganas de volver a ver Alf.

La serie comienza como una parodia de Conan y los cómics de Espada y Brujería que tan de moda estaban a finales de los setenta pero es a partir del número 20 cuando un cambio se produce en el cómic y se empieza a alejar de ese tono ligero para comenzar una lenta pero constante evolución hacia una larga narración de la vida del protagonista, un cerdo hormiguero antropomórfico que habla de si mismo en tercera persona, que le llevará a situarse en lo más alto de todos los estamentos sociales, políticos y religiosos (llegará a ser Papa), vivirá el amor y el desengaño, la decadencia y la vejez y, finalmente, la muerte; en un profundo análisis de los mecanismos del poder, el arte, la religión, la sociedad y las relaciones interpersonales.

Sim, esquizofrénico y con no pocos problemas de ego añadidos, empapa cada página con su particular modo de ver el mundo, así su propia y creciente misoginia y antifeminismo llegan a su punto álgido en un número 186 donde vertería todo su resentimiento hacia las mujeres producto de su propio divorcio. Su evolución hacia la radicalización y su ávido abrazo a una religión propia mezcolanza de judaismo, cristianismo e islamismo inundan la parte final de su serie alejando a crítica y lectores hasta llegar a ese prometido número 300 donde la agonía de Cerebus es paralela a la del propio cómic. Esto no resta el más mínimo mérito a varios de los arcos argumentales de la serie con momento francamente brillantes que le sitúan en lo más alto de lo que jamás se haya editado en cómic y con hallazgos narrativos y visuales sólo comparables a lo que hizo Will Eisner en The Spirit.

La narrativa es rompedora y arriesgada.

Si bien las ventas de este cómic nunca pudieron competir con las de editoriales como Marvel, Sim tuvo la inteligente idea de recopilar los sucesivos arcos argumentales en voluminosos tomos de más de quinientas páginas conocidos como “phone books” por su similitud con las guías telefónicas, que vendería directamente por correo saltándose toda distribución y que le harían prácticamente millonario. Nuevamente se adelantaría a su época en varios lustros anticipando los tomos recopilatorios que hoy en día son habituales en cualquier editorial.

La edición de Ponent Mont está a la altura de la serie y recopila el segundo tomo de Cerebus en un impresionante cómic de tapa dura con una cuidadísima traducción y rotulación que respeta al máximo el trabajo de Sim. La editorial, en una polémica pero inteligente decisión, ha prescindido del primer tomo de la serie cuya calidad e interés es bastante menor y comienza editando “Alta Sociedad” uno de los mejores arcos argumentales y el inicio de la evolución de la serie hasta sus más altas cotas. Si todo va bien prometen editar ese tomo en el futuro para contentar a completistas.

Un cómic y un autor que son Historia del cómic y que no deberían faltar en los estantes de todo buen aficionado.

Ahora sólo me queda leerlo.


lunes, 31 de mayo de 2010

Viñetas recomendadas: Las Serpientes Ciegas, de Felipe Hernández Cava y Bartolomé Seguí



Felipe Hernández Cava (Madrid, 1953) es uno de los mejores guionistas que existen actualmente en nuestro país, un autor que siempre sabe dar un toque reflexivo y culto a sus obras, profundamente documentadas y con claros guiños a la literatura negra y el cine.
Las Serpientes Ciegas fue editada por entregas en la revista BDbanda en entregas de periodicidad irregular, su edición en álbum sería primero en Francia, donde fue elegida por los libreros galos como uno de los 15 mejores álbumes publicados en 2008. Tras su edición en nuestro país la obra ha obtenido los premios al mejor guión y mejor autor en el XV Salón del Cómic de Barcelona y el Premio Nacional de Cómic Español del 2009, así como los premios a mejor guión de historieta realista 2009 del Diario de Avisos y el IX Premio de la crítica 2009 al mejor guionista y a la mejor obra nacional.

Si bien el trabajo del guionista puede verse como otra incursión a nuestra guerra civil esa sería una definición demasiado superficial. La guerra civil está presente en algún capítulo pero es realmente la idealización de la política y una visión romántica e ingenua de una revolución que nunca fue el verdadero motor de las acciones de los protagonistas. Una visión quizá decepcionada del propio autor que plasma en el personaje de Curtis Rusciano, presentado inicialmente como líder iluminado abducido por los ideales revolucionarios comunistas y que deviene en traidor resentido en los capítulos finales.

Es sin embargo la propia estructura de la obra donde guionista y dibujante juegan su mejor baza. Dividida en siete capítulos que van adelante y atrás en el tiempo para ir colocando las piezas de un puzzle que tendrá en sus últimas páginas un sentido totalmente inesperado en un arriesgado giro que , sin embargo, no sólo no desentona con el resto de la obra sino que añade matices y profundidad a la personalidad de Ben Koch el protagonista principal de una obra en la que es más una marioneta de las personas, los acontecimientos y, sobre todo, del destino. Un destino que le busca en la forma del hombre que viste de rojo cuya presentación en las primeras páginas trae ecos de la mejor novela negra: «Me han encomendado la misión de encontrar a un hombre que incumplió un pacto».

The man in red

Así viajamos de la Nueva York de 1939 donde conoceremos a Red, un viejo idealista que vive esperando una revolución en la que nunca podrá participar, saltamos al Nueva York de 1936 donde Ben Koch llega huyendo de la policía de Detroit que le busca «por algo que no quiero recordar» que nunca nos será revelado pero que causará la condena final de Koch. Conoce a Red que le guiará por el clandestino movimiento comunista y donde conocerá a Curtis, la persona que cambiará su vida y que le llevará a luchar en la guerra civil en la España de 1938.

Sin embargo Koch no es una persona de grandes ideales, es alguien arrastrado por las circunstancias y manejado por aquellos con los que se cruza, Curtis le inicia en las ideas revolucionarias comunistas y el que, debido a un crimen, le obliga a huir del país, en España busca el refugio en las personas que conocen a Curtis y donde conoce el amor y nuevamente es arrastrado a luchar en una guerra que en otras circunstancias le hubiera importado bien poco.

Es precisamente en las trincheras donde volverá a encontrar a Curtis y descubrirá que el hombre que había idolatrado no es más que alguien resentido y desencantado para el que los ideales sólo son una manera de manipular a los demás para poder medrar en sus ambiciones.

Llegamos así a una resolución final en la que la venganza y los reproches llevan a los personajes a su clímax y, en un giro fantástico descubriremos quién es el hombre que viste de rojo y cuál es el destino final de Ben Koch.


¿Otra historia de la Guerra Civil?

Ilustrada por Bartolomé Seguí (Palma de Mallorca, 1962) que abandona su tradicional blanco y negro para ofrecernos una interesante paleta de color que añaden plasticidad a un dibujo de trazo grueso que se amolda perfectamente al guión narrando, sin experimentos ni sorpresas pero con ritmo, sin destacar por encima del guión. Un dibujo que recuerda al Miguelanxo Prado de Trazo de Tiza y cuyo color marca a algunos personajes desvelando lo que realmente son.

Una obra sobre el desencanto, la política travestida de altos ideales, la venganza y el destino al que nos llevan nuestros actos.

lunes, 17 de mayo de 2010

Viñetas recomendadas: Los Muertos Vivientes, de Robert Kirkman, Tony Moore, Charlie Adlar

¿Cuántas horas al cabo del día pasas viendo la televisión? ¿Cuándo fue la última vez que cualquiera de nosotros de verdad hizo algo para conseguir lo que quería? ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que cualquiera de nosotros necesitó algo de lo que quería? En un mundo gobernado por los muertos, por fin nos vemos obligados a empezar a vivir.

Con esta introducción presenta el guionista Robert Kirkman (E.E.U.U., Kentucky, 1980) su, hasta ahora, obra cumbre. Guionista todoterreno en el género superheroico donde su Invencible se ha convertido en todo un referente de la industria y un modelo de cómo construir una serie partiendo de elementos convencionales para crear algo distinto, fresco y original. Es, sin embargo, su serie The Walking Dead la que mayor prestigio y fama le ha dado con diversos premios como nuestro premio Expocómic 2006 al mejor guionista internacional y estando nominado este mismo año al premio Eisner a la mejor serie de continuará. Además este año ha empezado el rodaje de una serie basada en Los Muertos Vivientes en el joven pero prestigioso canal norteamericano AMC, conocido por la excepcional serie Mad Men. El piloto ya está en fase de producción a cargo del director Frank Darabont (Cadena Perpetua, La Milla Verde).

Los Muertos Vivientes es editada en EEUU En formato comic-book mensual de 24 páginas desde el año 2003 habiendo alcanzado en la actualidad los 70 números y que vienen siendo puntualmente recopilados en álbumes conteniendo 6 ejemplares cada uno y con portadas exclusivas para esa edición, en nuestro país este ha sido el formato elegido por Planeta DeAgostini para su publicación habiendo salido recientemente el tomo noveno alcanzando así el número 54 americano.

¿Qué nos encontramos en esta serie? Estamos ante un cómic de terror género zombie, una definición que se queda muy pobre ante el verdadero protagonista de este tebeo: la pérdida de la civilización y la búsqueda de una nueva vida en un mundo destruido. Más cercano quizá al genero post-apocalíptico que a un tratamiento puramente de terror el tratamiento del género zombie se hace respetando las normas que en su día definiría George A. Romero alejándose de los más recientes acercamientos al género que películas como 28 Días Después o Resident Evil nos han presentado, con zombies que no son exactamente muertos vivientes que acosan y atacan desenfrenadamente a los seres humanos.

Los muertos andantes -que sería una más correcta traducción- de Kirkman son torpes y lentos y sólo tienen en el número una verdadera ventaja frente a los humanos. Son una presencia constante en la serie -incluso en su ausencia- y son, finalmente, el catalizador de las emociones que realmente sustentan la trama. Porque es precisamente de esto, de las emociones, de cómo el ser humano se enfrenta a un mundo destruido y sin esperanza, de lo que trata este cómic. Lejos de intentar luchar contra la plaga que asola el mundo los protagonistas de la serie lo único que pretenden es adaptarse y restablecer algo parecido a una vida.

"Yo la tengo más larga"

La serie se narra desde el punto de vista de Rick Grimes, un policía que tras un altercado despierta de un coma en un hospital en un mundo que ya ha sido alterado por los zombies y que tras conseguir reunirse con su familia se dará cuenta que el nuevo estado de las cosas no sólo ha afectado al entorno sino también, y muy profundamente, a las personas. Haciendo surgir en muchos casos deseos, odios y rencillas que permanecían ocultos tras el status quo perdido. As como si de una guerra se tratase, los humanos han dejado de lado muchas de las normas que regían en la sociedad y en muchos casos han dejado salir algunos de los sentimientos reprimidos que ocultaban tras las estrictas normas de la civilización.

La serie contiene no pocos momentos terroríficos, pero son precisamente los más inquietantes aquellos que surgen de lo más profundo del ser humano, como la pareja de novios que decide suicidarse antes que enfrentarse al nuevo entorno o ese padre que conserva a toda su familia zombie en un granero a la espera de una cura que es imposible que llegue.

Porque los zombies de la serie no son personas infectadas por un virus que puedan curarse, son verdaderos muertos que han cobrado vida; hay también una verdad aterradora detrás: los seres humanos sí que están infectados por lo que sea que ha traído la plaga y, por tanto, cuando mueren pasan a ser zombies. No hace falta ser mordido por un muerto viviente -cosa que por otro lado conlleva una muerte segura- para acabar convertido en zombie, una simple enfermedad o muerte violenta añadirá un nuevo miembro a los muertos andantes.

Esta certeza es precisamente lo que hace perder toda esperanza a la humanidad, no importa lo que se luche por sobrevivir o combatir a las hordas que pretenden matarlos, al final todos acabarán en el otro bando.

Con un pulso certero Kirkman dosifica los momentos de acción y enfrentamiento contra los zombies con otros en los que sencillamente se dedica a profundizar en las relaciones de sus protagonistas, un grupo heterogéneo de supervivientes unidos por un mismo objetivo: vivir una vida normal. Así surgen amores, odios, alianzas y enfrentamientos en una continua evolución de los personajes, especialmente del principal protagonista, el ex-policía Rick, que pasará de optimista líder a tullido desequilibrado a dos pasos de la locura.

Con dibujos de Tony Moore en las primeras entregas (1978, Lexington, Kentucky) es pronto sustituido por Charlie Adlar (1966, Shrewsbury, Inglaterra), quizá peor dibujante que Moore pero competente narrador con un buen dominio de los claroscuros y una mejora paulatina que le convierten en un perfecto dibujante para esta serie que, por cierto y contra lo habitual en el mercado americano, se edita en blanco y negro.

"I'm a poor lonesome cow-boy..."

Un cómic altamente recomendable tanto si eres amante del género como si no, una lectura que atrapa número a número y un tebeo que se ha convertido en todo un referente en una industria dominada por las capas y leotardos.


sábado, 1 de mayo de 2010

Viñetas recomendadas: As Enemigo: guerra en el cielo, de G. Ennis, C. Weston y R. Heath

El As Enemigo fue creado en 1965 por el guionista Robert Kanigher (1915-2002, E.E.U.U) y el mítico dibujante Joe Kubert (1926, Yzeran, Polonia) apareciendo en diversas cabeceras de corte bélico de la editorial DC Comics hasta los primeros 80. Sólo tendría una corta reaparición destacable en la novela gráfica de 1990 titulada As Enemigo: Amor de Guerra escrita y pintada por George Pratt. Habría que esperar al año 2001 para que apareciera publicada la obra que nos ocupa: As Enemigo: Guerra en el cielo que recientemente ha editado Planeta DeAgostini con guiones de Garth Ennis (1970, Hollywood, Irlanda del Norte) y dibujos de Chris Weston (1969, Rinteln, Alemania) en el primer capítulo y de Russ Heath (1926, New Jersey, E.E.U.U.) en el segundo y último.

El As Enemigo, fue concebido como sosias del mítico Barón Rojo y sus historias originales estaban ambientadas durante la Primera Guerra Mundial, resulta poco común que en aquellas historias el punto de vista fuese el de un enemigo, sin embargo, la visión atormentada del protagonista, la caballerosidad de los jinetes del aire, el honor entre pilotos y una visión algo distante de la violencia convirtió su trabajo en un clásico indiscutible.

Si bien los relatos clásicos se sitúan en la Primera Guerra Mundial el guionista irlandés Garth Ennis ubica su relato entre los años 1942 y 1945 durante los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.

Hans von Hammer, “el martillo del infierno”, vive en su privilegiado castillo alejado de los acontecimientos que azotan Europa hasta que una inesperada visita del pasado le hará volver a los mandos de una nueva avioneta de color rojo. Sus motivaciones están bien alejadas del ideal de conquista nazi, Hammer luchará por su país y por todos esos jóvenes que el Tercer Reich está condenando a una muerte segura en Rusia, nunca por “un viejo perturbado y senil con un bigote a lo Charlie Chaplin”, pero también porque es lo único que sabe hacer.

El detallado dibujo de Chris Weston remarca la crudeza de ciertas secuencias.

A lo largo de las páginas el desencanto de von Hammer va creciendo y no duda en declarar que cree luchar en el bando equivocado lo cual le granjeará graves conflictos con sus superiores, tras ser derribado y caer en Leningrado podrá ver cómo es la verdadera batalla en tierra y su visión algo idílica de la guerra, a vista de pájaro, cambiará para siempre. Pronto se dará cuenta que no existe el bando correcto y que los pilotos como él manchan el cielo luchando en el paraíso. Finalmente, con la llegada de las tropas americanas y en una antológica escena en la que el Sgto. Rock -otra de las clásicas creaciones de Bob Kanigher y Joe Kubert- se encuentra cara a cara con el héroe alemán, von Hammer se entregará declarando que “su” guerra ha terminado.

Garth Ennis es un notorio guionista cuya obra ha sido principalmente editada en Estados Unidos siendo su obra más destacable Predicador un extenso trabajo que le hizo merecedor de diversos premios. Es conocido por sus historias irreverentes y su marcado carácter provocador pero también es notoria su afición a los relatos bélicos que ha plasmado en diversas historias recopiladas recientemente en el tomo Historias de Guerra por Planeta, su visión de la guerra es extremadamente realista, sucia y cruel independientemente de los bandos combatientes, sus relatos carecen de heroísmo y glorificación del combate, para él la guerra es muerte y destrucción tras oscuras motivaciones ideológicas y políticas. Así As Enemigo: Guerra en el cielo, abandona por momentos los hermosos combates en el aire para bajar al suelo y mostrarnos niños tiroteados, soldados crueles y violentos, civiles que caen en la antropofagia para sobrevivir, campos de concentración y oficiales fanáticos.

En la parte gráfica contamos con dos dibujantes a cual más diferente. Por un lado, en la primera historia de este pequeño tomo, contamos con el detallado y muy realista dibujo de Chris Weston, sus páginas, con un dominio absoluto de rostros y expresiones, destacan por la verosimilitud que reflejan. En la segunda parte del tomo contamos con Russ Heath es otro clásico del cómic, coetáneo de Kubert y compañero suyo en multitud de relatos históricos y bélicos y un estilo de dibujo que se asemeja bastante al maestro Kubert, con un dibujo menos detallista y acabado, pero igualmente expresivo y con un perfecto sentido de la narración, especialmente en las escenas aéreas.

Clasicismo y modernidad conviven perfectamente en las páginas de esta gran obra.

domingo, 7 de marzo de 2010

La industria del tebeo en España: situación y futuro

Hablar de una industria de la historieta en nuestro país es casi una utopía, editoriales existen pero o son subdivisiones de grandes grupos editoriales o filiales extranjeras (Planeta, Panini, Glenat, Ediciones B) o son pequeñas editoriales prácticamente formadas por aficionados (Astiberri, Sins Entido, La Factoría, Dolmen) o simplemente son un pequeño grupo editorial con apenas un puñado de publicaciones (El Jueves, La Cúpula). Sólo Norma Editorial podría considerarse un gran grupo nacional que abarca cómic americano, europeo y manga con ventas importantes. Y, por supuesto, diversas editoriales de manga, algunas filiales argentinas, con un único tipo de producto en venta y un muy específico grupo de lectores.

¿Y los autores? Siempre queda un pequeño grupo de irreductibles que publican en nuestro país, el 90% restante trabajan para el extranjero, ya sea para el mercado franco-belga, el japonés o el americano. Paradójicamente la mayoría de sus obras acaban siendo editadas en nuestro país traducidas de dichas ediciones.

No siempre fue así, tras la guerra civil nuestro país conoce una edad de oro, especialmente en los años 40 y 50 con ventas de centenares de miles de ejemplares de pequeños cuadernos semanales y la popularización del término tebeo gracias al éxito de TBO y los personajes de Coll, Joan Bernet o Carles Bech.

No es un tebeo, es el TBO

El éxito de la editorial Bruguera, con múltiples cabeceras y la normalización de la “Escuela Bruguera” en la que los diversos autores se plegaban a una estructura narrativa de gag final y sorprendente, provoca en cierta medida que el cómic empiece a ser visto como algo exclusivo de la infancia, los férreos controles autocensores de la editorial da lugar a poca experimentación temática. La censura franquista controla además cualquier producto que venga de la influencia estadounidense, prohibiéndose los superheroes y la mayoría de productos de dicho país.

Así llegamos a los 70, la muerte de Franco provoca el auge de las revistas para adultos, así todos aquellos jóvenes lectores de Bruguera son ahora adultos que devoran revistas realizadas para ellos: Metropol, Cairo, Cimoc, El Vívora, Totem, Metal Hurlant, Dossier Negro, El Papus, El Jueves, Rambla, 1984 o Creepy invaden el quiosco… y acaban asfixiándolo. A finales de los 80 prácticamente han desaparecido todas y un mercado ha muerto. Los niños que leían El Jabato y el TBO abandonan definitivamente los cómics.

Inmenso Richard Corben

Así el mercado queda dividido entre los cómic de Ediciones B, meros herederos de Bruguera que viven de reediciones y Mortadelo y Superlópez, el cómic de superheroes importados de USA, la tímida presencia de álbumes europeos o nacionales y una ingente cantidad de manga que copa el mercado.El cómic ha perdido la respetabilidad que pudo ganar en los 70 y es visto como lectura para niños, el paso previo a lecturas ’serias’. El éxito de las consolas y la presencia de ordenadores e internet, convierten el cómic en un entretenimiento pasajero que raramente acompaña a la adolescencia y mucho menos a la edad adulta. Sólo el manga pica la curiosidad de los jóvenes, en parte por la presencia de anime en los múltiples canales televisivos y en parte por una estética similar a la de los videojuegos que consumen. No hay una cantera de lectores.

Actualmente las ventas apenas pueden alcanzar 3 o 4 mil ejemplares, lo justo para cubrir gastos, hay excepciones, claro, y el manga alcanza cifras muy superiores pero, en general, un cómic que venda más de 10.000 ejemplares ya puede considerarse un éxito. Hay editoriales que apenas cubren gastos y tapan con algún éxito las pérdidas de otros cómics y así poder permitirse publicar aquello que les gusta, aficionados convertidos en editores.

Visto el negro panorama ¿cuál es el futuro de la edición de cómic? Las pasadas navidades la tienda de libros en la red Amazon vendió más libros electrónicos que en papel, en nuestro país, como siempre, los editores son reacios a empezar la edición electrónica y ha tenido que ser una operadora, Telefónica, la primera que ha dado grandes pasos en esta dirección. En Estados Unidos la gran editora de superheroes Marvel ha empezado a vender sus cómics por internet, DC Cómics no irá a la zaga y no tardarán en hacerlo en diversos idiomas lo cual acabará con editoriales como Planeta o Panini que viven de la edición en español de sus materiales.

A falta de un formato que permita leer todavía cómics a color en una pantalla portátil, ligera y de gran autonomía (y no, el Ipad no es nada de ello) no tardaremos en ver libros electrónicos de pantalla tamaño revista, a color y con gran legibilidad con mínimo consumo de batería. De ahí a que la gente empiece a leer cómics en ese formato apenas quedan unos meses. Las editoriales tendrán que ponerse las pilas y empezar a ofrecer su catálogo en este formato, un formato que les ahorrará costosos costes de edición y distribución y les puede dar muchos más ingresos por un menor gasto. El papel quedará relegado a reediciones en formato álbum de lujo. Se seguirán publicando ediciones en tomo de Watchmen o Los Pasajeros del Viento. Pero las colecciones mensuales de Spiderman, Superman o Mortadelo quedarán para las pantallas electrónicas. El manga, habitualmente en blanco y negro ya se vende en formato electrónico en Japón con un éxito más que importante y será lo primero que podamos ver aquí hasta que llegué el color.

La tienda Marvel ya ofrece e-cómics. Incluso gratuitos.

No es una utopía, es el futuro que debería llegar o el medio quedará definitivamente muerto. ¿Será el fin de las editoriales tal y como las conocemos? Es posible que queden como meros distribuidores a nivel electrónico, quizá continúen ofreciendo sus servicios de edición, maquetación y traducción a las grandes editoriales extranjeras para adaptar las publicaciones a cada país y luego realicen ediciones en papel de los cómics más demandados. Las más pequeñas quizá puedan sobrevivir publicando su material más selecto y marginal con unos costes mínimos con lo cual incluso podrán tener beneficios con más frecuencia. El manga arrasará en las pantallas de los ebooks, como siempre.Igualmente es probable que el formato comic-book mensual de 24 páginas habitual en USA desaparezca en favor de las llamadas novelas gráficas, sin el encorsetamiento que obliga la producción mensual marcado precisamente por la distribución se podrán permitir ediciones aperiódicas con mayor número de páginas y más cercanas a las historias auto-conclusivas que a infinitas sagas-río.

El futuro está aquí, ¿quién dará el primer paso?

martes, 23 de febrero de 2010

Viñetas recomendadas: María y Yo de Miguel y María Gallardo


María tiene 12 años, una sonrisa contagiosa, un sentido del humor especial y tiene autismo.

Con estas palabras inicia Miguel Gallardo (Lérida, 1955) su trabajo María y yo. Premio Nacional del Cómic de Cataluña en 2008 y finalista en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona en el mismo año, estamos ante una obra de tintes autobiográficos del padre literario del conocido Makoki. Alejado ya de su faceta más gamberra y underground y tras un largo paréntesis en el que se ha dedicado a la ilustración en los últimos años ha retomado su carrera como historietista con cómics autobiográficos y una faceta mucho más sensible de lo que sus primigenios trabajos pudieran hacer creer.

Gallardo, en compañía de su hija María, nos relata algo tan sencillo como unas vacaciones en un cómic que es a la vez cuaderno de notas y recopilación de anécdotas y emociones. No hay estructura aparente ni en lo literario ni en lo gráfico. Pasamos de páginas de abigarrado texto con una única ilustración a otras donde la sucesión de viñetas mantiene la rigidez de cómic tradicional. Y muchos, muchos dibujos.

Gallardo sabe que en el complejo mundo interior de su hija las imágenes son importantes y que hacen feliz a María ya que le dan tranquilidad y un sentido a lo que para nosotros es cotidianidad, por lo que dibuja todo aquello que ve, en ocasiones como si viéramos a través de los ojos de esta niña. Su dibujo suelto, “en caliente” como lo define el Gallardo dibujante, transmite la cotidianidad de lo familiar pero también el afán de descubrimiento e inocencia del que sólo los niños parecen conservar. El tono es distendido, amable, cariñoso; así vamos sumergiéndonos en el día a día de un trastorno del que sabemos muy poco y para el que la gente no suele mostrarse especialmente sensible.

El autor nos instruye y alecciona sin ser moralizante, se lamenta de los que miran mal a su hija, con incomprensión y hasta desdén, nos enseña las grandes dificultades que pueden encerrar las cosas más pequeñas, nos hace entender que el muro que rodea a María puede ser alto pero no infranqueable y que detrás hay un mundo de cariño y risas.

Hay extractos del día a día mostrados con humor y un continuo asombro por las evoluciones de María y sus respuestas a lo que le rodea y hay momentos de grandes logros como cuando María consigue ponerse los calcetines con las dos manos o ese momento de felicidad cuando María le dice a su padre algo tan sencillo como “Tu y yo”. Delicadas piezas que conforman un acercamiento a una realidad para la que ni los médicos tienen respuesta.

El proyecto de María y yo se ha visto recompensado con la realización de una película de corte documental protagonizada por esta extraordinaria pareja. Además, el siguiente trabajo del autor junto al también premiado Paco Roca, Emotional World Tour, recopila, también a modo de cuaderno de viajes, anécdotas y experiencias de ambos autores en las diferentes entrevistas y presentaciones de sus premiadas obras por toda nuestra geografía. María está tan presente en este cómic como en María y yo y las referencias son constantes. Un complemento perfecto para este trabajo y también muy recomendable.

domingo, 14 de febrero de 2010

Viñetas recomendadas: 36-39. Malos tiempos, de Carlos Giménez


Carlos Giménez es, hoy por hoy, el más grande historietista que ha dado nuestro país. Por calidad, volumen, interés y entrega, su trayectoria podría compararse a la del mismísimo Will Eisner, quizá el más grande autor de cómic de la historia. Giménez fue propuesto el año pasado como candidato al premio Príncipe de Asturias de las Artes con apoyos de más de cien personalidades de la cultura. No pudo ser, pero dicha propuesta ya engrandece a autor y medio.

Con más de 50 años de trabajo a sus espaldas, ha ofrecido un variopinto número de trabajos —historias infantiles, románticas, western, ciencia-ficción— y, sobre todo, un enorme volumen de obras de carácter autobiográfico o fiel reflejo de nuestra historia más reciente: gracias al memorable Paracuellos, donde nos narró su infancia en los internados del Auxilio Social, Barrio, donde contó su adolescencia, o Los profesionales, donde reflejó sus vivencias en la profesión tras emigrar a Barcelona, hemos podido seguir la posguerra y la transición desde sus ojos. Con Sabor a menta y sus Historias de Sexo y Chapuza entramos en la democracia y en el cambio social y sexual de nuestro país.

Carlos Giménez, una vida sentado ante el tablero de dibujo.

Tras unos años de cierta sequía en nuestro país, volvió con fuerza añadiendo nuevos álbumes a sus series Paracuellos, Barrio y Los profesionales. Pero ha sido su último trabajo el que le ha llevado de nuevo a recuperar el éxito y llamar la atención sobre su obra. Hablamos de 36-39. Malos tiempos, cuatro álbumes en los que Giménez sitúa la acción en nuestra guerra civil y especialmente en el sufrimiento de civiles durante la contienda.

Si bien el primer álbum nos muestra relatos de ambos bandos con historias de rencillas y venganzas personales es, con su segundo tomo, donde la obra toma forma como una sucesión de pequeñas historias, aisladas pero con cierto hilo conductor, en la que el protagonismo lo tienen las personas que padecieron la contienda, especialmente durante el asedio que sufrió Madrid. Civiles, personas anónimas, hombres, mujeres y niños que vieron su mundo vuelto del revés y cómo su vida tuvo que convertirse en una lucha por la supervivencia, evitando los tiroteos, las bombas y, sobre todo, el hambre.

Enfrentados diariamente al horror y la muerte, el hambre es la fuerza que mueve muchas de las historias, el dolor de ver morir de hambre a un hijo, las mezquindades egoístas de las personas peleando por un mendrugo de pan duro o la entereza de unos padres que alimentan su hambre con el gozo de poder dar a sus hijos un plato de mondas de patata.

Destaca especialmente la historia titulada Sito, una de las más largas de la obra, que golpea al lector en cada página hasta llegar a esa última viñeta en la que un niño acomoda un hueso de su sacrificada mascota en su caseta .

Giménez utiliza una estructura narrativa con profusión de textos de apoyo en los que, en tercera persona, introduce unas historias en ocasiones con final indefinido pero que sirven de perfecta muestra de diversas situaciones vividas por personas sencillas en tiempos extraordinarios. No hay lugar para héroes ni para hazañas bélicas, Giménez se sitúa en pie de calle, en portales, plazas y pequeños pisos semiderruidos, los protagonistas son vecinos que deben afrontar una guerra que les ha pillado en un bando y, con todo, continuar sus vidas como buenamente pueden.

La postura del autor es clara: «No soy neutral. Repito: no soy neutral. Créanme, he hecho tremendos esfuerzos por ser objetivo, ¡objetivo! Que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo». Los arquetipos son evidentes, los malos son malos de verdad, su aspecto les delata mientras que los buenos lo son en grado superior, con rostros de bondad marcados por el dolor y el sufrimiento. En el cuarto y último tomo, tras la rendición de Madrid, surgen aquellos que debieron ocultarse henchidos de orgullo y dispuestos a tomar represalias contra muchos de los que, en algunos casos, les habían ocultado y ayudado en los peores momentos. Un vistazo al futuro que espera a los vencidos.

Sin embargo, los mayores ataques del autor no van contra opciones políticas o la división de bandos. Sus más duras palabras van dirigidas a la guerra y cómo saca lo peor de la gente: el miedo es lo que nos transforma en bestias. «¡¡MALDITO SEA EL QUE EMPIEZA UNA GUERRA!!».

El horror y la tragedia como sólo Carlos puede dibujarlo.

En el apartado gráfico, Giménez sigue fiel a su estilo semicaricaturesco, realista en escenarios y profundamente expresivo. Los personajes llevan sus sentimientos grabados en los rostros y cuerpos. Narratívamente es un trabajo menos arriesgado que otras obras, con una composición de viñetas clásica y profusión de primeros planos y planos medios que se dirigen de manera discursiva al lector. Sus niños han perdido algo del realismo que mostraron en Paracuellos y revelan un exceso de caricatura en contraposición a los adultos. El dibujo en general se ve más suelto y falto de volumen que en sus primeros trabajos, pero sigue siendo un vehículo perfecto para lo que Giménez quiere contar.

En la parte literaria el autor puede pecar de cierto maniqueísmo, pero se lo perdonamos porque estamos ante personas reales que se ven superadas por las circunstancias, que sacan lo peor —y a veces lo mejor— de sí mismas y que, a menudo, solo hacen lo que deben para sobrevivir. Hay mezquindad, egoísmo, crueldad, venganza y resentimiento; pero también generosidad, sacrificio, perdón y entrega. Hay horror y dolor; pero también humor y esa ternura que sólo este gran autor sabe sacar de sus personajes.

Tal vez no sea un cómic que pueda interesar al lector actual o aquellos ya hartos de que nos vuelvan a contar una y otra vez la Guerra Civil, pero las pequeñas historias llenas de humanidad de Giménez pueden ser extrapolables a cualquier conflicto o lugar.