martes, 23 de febrero de 2010

Viñetas recomendadas: María y Yo de Miguel y María Gallardo


María tiene 12 años, una sonrisa contagiosa, un sentido del humor especial y tiene autismo.

Con estas palabras inicia Miguel Gallardo (Lérida, 1955) su trabajo María y yo. Premio Nacional del Cómic de Cataluña en 2008 y finalista en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona en el mismo año, estamos ante una obra de tintes autobiográficos del padre literario del conocido Makoki. Alejado ya de su faceta más gamberra y underground y tras un largo paréntesis en el que se ha dedicado a la ilustración en los últimos años ha retomado su carrera como historietista con cómics autobiográficos y una faceta mucho más sensible de lo que sus primigenios trabajos pudieran hacer creer.

Gallardo, en compañía de su hija María, nos relata algo tan sencillo como unas vacaciones en un cómic que es a la vez cuaderno de notas y recopilación de anécdotas y emociones. No hay estructura aparente ni en lo literario ni en lo gráfico. Pasamos de páginas de abigarrado texto con una única ilustración a otras donde la sucesión de viñetas mantiene la rigidez de cómic tradicional. Y muchos, muchos dibujos.

Gallardo sabe que en el complejo mundo interior de su hija las imágenes son importantes y que hacen feliz a María ya que le dan tranquilidad y un sentido a lo que para nosotros es cotidianidad, por lo que dibuja todo aquello que ve, en ocasiones como si viéramos a través de los ojos de esta niña. Su dibujo suelto, “en caliente” como lo define el Gallardo dibujante, transmite la cotidianidad de lo familiar pero también el afán de descubrimiento e inocencia del que sólo los niños parecen conservar. El tono es distendido, amable, cariñoso; así vamos sumergiéndonos en el día a día de un trastorno del que sabemos muy poco y para el que la gente no suele mostrarse especialmente sensible.

El autor nos instruye y alecciona sin ser moralizante, se lamenta de los que miran mal a su hija, con incomprensión y hasta desdén, nos enseña las grandes dificultades que pueden encerrar las cosas más pequeñas, nos hace entender que el muro que rodea a María puede ser alto pero no infranqueable y que detrás hay un mundo de cariño y risas.

Hay extractos del día a día mostrados con humor y un continuo asombro por las evoluciones de María y sus respuestas a lo que le rodea y hay momentos de grandes logros como cuando María consigue ponerse los calcetines con las dos manos o ese momento de felicidad cuando María le dice a su padre algo tan sencillo como “Tu y yo”. Delicadas piezas que conforman un acercamiento a una realidad para la que ni los médicos tienen respuesta.

El proyecto de María y yo se ha visto recompensado con la realización de una película de corte documental protagonizada por esta extraordinaria pareja. Además, el siguiente trabajo del autor junto al también premiado Paco Roca, Emotional World Tour, recopila, también a modo de cuaderno de viajes, anécdotas y experiencias de ambos autores en las diferentes entrevistas y presentaciones de sus premiadas obras por toda nuestra geografía. María está tan presente en este cómic como en María y yo y las referencias son constantes. Un complemento perfecto para este trabajo y también muy recomendable.

domingo, 14 de febrero de 2010

Viñetas recomendadas: 36-39. Malos tiempos, de Carlos Giménez


Carlos Giménez es, hoy por hoy, el más grande historietista que ha dado nuestro país. Por calidad, volumen, interés y entrega, su trayectoria podría compararse a la del mismísimo Will Eisner, quizá el más grande autor de cómic de la historia. Giménez fue propuesto el año pasado como candidato al premio Príncipe de Asturias de las Artes con apoyos de más de cien personalidades de la cultura. No pudo ser, pero dicha propuesta ya engrandece a autor y medio.

Con más de 50 años de trabajo a sus espaldas, ha ofrecido un variopinto número de trabajos —historias infantiles, románticas, western, ciencia-ficción— y, sobre todo, un enorme volumen de obras de carácter autobiográfico o fiel reflejo de nuestra historia más reciente: gracias al memorable Paracuellos, donde nos narró su infancia en los internados del Auxilio Social, Barrio, donde contó su adolescencia, o Los profesionales, donde reflejó sus vivencias en la profesión tras emigrar a Barcelona, hemos podido seguir la posguerra y la transición desde sus ojos. Con Sabor a menta y sus Historias de Sexo y Chapuza entramos en la democracia y en el cambio social y sexual de nuestro país.

Carlos Giménez, una vida sentado ante el tablero de dibujo.

Tras unos años de cierta sequía en nuestro país, volvió con fuerza añadiendo nuevos álbumes a sus series Paracuellos, Barrio y Los profesionales. Pero ha sido su último trabajo el que le ha llevado de nuevo a recuperar el éxito y llamar la atención sobre su obra. Hablamos de 36-39. Malos tiempos, cuatro álbumes en los que Giménez sitúa la acción en nuestra guerra civil y especialmente en el sufrimiento de civiles durante la contienda.

Si bien el primer álbum nos muestra relatos de ambos bandos con historias de rencillas y venganzas personales es, con su segundo tomo, donde la obra toma forma como una sucesión de pequeñas historias, aisladas pero con cierto hilo conductor, en la que el protagonismo lo tienen las personas que padecieron la contienda, especialmente durante el asedio que sufrió Madrid. Civiles, personas anónimas, hombres, mujeres y niños que vieron su mundo vuelto del revés y cómo su vida tuvo que convertirse en una lucha por la supervivencia, evitando los tiroteos, las bombas y, sobre todo, el hambre.

Enfrentados diariamente al horror y la muerte, el hambre es la fuerza que mueve muchas de las historias, el dolor de ver morir de hambre a un hijo, las mezquindades egoístas de las personas peleando por un mendrugo de pan duro o la entereza de unos padres que alimentan su hambre con el gozo de poder dar a sus hijos un plato de mondas de patata.

Destaca especialmente la historia titulada Sito, una de las más largas de la obra, que golpea al lector en cada página hasta llegar a esa última viñeta en la que un niño acomoda un hueso de su sacrificada mascota en su caseta .

Giménez utiliza una estructura narrativa con profusión de textos de apoyo en los que, en tercera persona, introduce unas historias en ocasiones con final indefinido pero que sirven de perfecta muestra de diversas situaciones vividas por personas sencillas en tiempos extraordinarios. No hay lugar para héroes ni para hazañas bélicas, Giménez se sitúa en pie de calle, en portales, plazas y pequeños pisos semiderruidos, los protagonistas son vecinos que deben afrontar una guerra que les ha pillado en un bando y, con todo, continuar sus vidas como buenamente pueden.

La postura del autor es clara: «No soy neutral. Repito: no soy neutral. Créanme, he hecho tremendos esfuerzos por ser objetivo, ¡objetivo! Que nadie me pida que sea neutral ante el fascismo». Los arquetipos son evidentes, los malos son malos de verdad, su aspecto les delata mientras que los buenos lo son en grado superior, con rostros de bondad marcados por el dolor y el sufrimiento. En el cuarto y último tomo, tras la rendición de Madrid, surgen aquellos que debieron ocultarse henchidos de orgullo y dispuestos a tomar represalias contra muchos de los que, en algunos casos, les habían ocultado y ayudado en los peores momentos. Un vistazo al futuro que espera a los vencidos.

Sin embargo, los mayores ataques del autor no van contra opciones políticas o la división de bandos. Sus más duras palabras van dirigidas a la guerra y cómo saca lo peor de la gente: el miedo es lo que nos transforma en bestias. «¡¡MALDITO SEA EL QUE EMPIEZA UNA GUERRA!!».

El horror y la tragedia como sólo Carlos puede dibujarlo.

En el apartado gráfico, Giménez sigue fiel a su estilo semicaricaturesco, realista en escenarios y profundamente expresivo. Los personajes llevan sus sentimientos grabados en los rostros y cuerpos. Narratívamente es un trabajo menos arriesgado que otras obras, con una composición de viñetas clásica y profusión de primeros planos y planos medios que se dirigen de manera discursiva al lector. Sus niños han perdido algo del realismo que mostraron en Paracuellos y revelan un exceso de caricatura en contraposición a los adultos. El dibujo en general se ve más suelto y falto de volumen que en sus primeros trabajos, pero sigue siendo un vehículo perfecto para lo que Giménez quiere contar.

En la parte literaria el autor puede pecar de cierto maniqueísmo, pero se lo perdonamos porque estamos ante personas reales que se ven superadas por las circunstancias, que sacan lo peor —y a veces lo mejor— de sí mismas y que, a menudo, solo hacen lo que deben para sobrevivir. Hay mezquindad, egoísmo, crueldad, venganza y resentimiento; pero también generosidad, sacrificio, perdón y entrega. Hay horror y dolor; pero también humor y esa ternura que sólo este gran autor sabe sacar de sus personajes.

Tal vez no sea un cómic que pueda interesar al lector actual o aquellos ya hartos de que nos vuelvan a contar una y otra vez la Guerra Civil, pero las pequeñas historias llenas de humanidad de Giménez pueden ser extrapolables a cualquier conflicto o lugar.